viernes, 28 de octubre de 2011

Me pone

Según dicen la literatura erótica, es un género en el que los textos se relacionan más o menos con el erotismo y el sexo. Hasta aquí, estamos de acuerdo. En estos tiempos, donde el erotismo, el sexo, lo sensual, no se tapa, no se controla, si no mas bien se exhibe, que nos  "ponga" las letras negras de un libro, nos sorprende. Pero quizá sea ese mundo abierto a la imaginación, a la recreación, a la libertad de movimientos e imágenes, la que le da a la literatura erótica, esa privacidad que no tiene la tele.
La primera vez que una escena de tensión sensual, para mi sorpresa, si resuelta de una manera que me afanó la lectura, fue en el libro de Rae Lawrence, Satisfacción.
La historia de cuatro jóvenes que enamoradas del mismo hombre, son rivales, y disfrutan de él, a lo largo de su vida, en distintas etapas.
Cuatro tipos de satisfacción. Escenas donde aparece  el acto sexual integro y a todo detalle. Paso a paso. Lametazo a lametazo. Roce tras roce. Suspiro y jadeo, tras suspiro y jadeo.
Para una jovencita , católica y practicante, como yo, era un mundo que no podía controlar.
El libro me ardía y mi habitación se quedaba pequeña. Pero, ¿qué libro me había comprado? Tenía que haberme dado cuenta, Satisfacción, seguramente no  hablaría de recetas de  cocina.
Eran cuatro chicas jóvenes, un hombre, y un mundo de experiencias por vivir. Tenía que haberlo imaginado.  No lo olviden, era joven católica, practicante y ...TONTA.
Pero, sigamos con este viaje literario-erótico.
Decidí, un buen día, agenciarme un libro de mi adorado Antonio Gala, disfrutaba con su narrativa y su poesía. Pero, entonces, llegó La pasión turca. ¡Qué grande!
Poseída por la incesante pasión de la protagonista, recorría los lugares y acariciaba las sensaciones. Distraída con el mundo que contaba, la pasión saltó del libro y durante mucho tiempo, busqué esa misma pasión en lo que me rodeaba. Llegué, a la lógica conclusión que ni aquello era Turquia, ni yo era Desideria. Pero creí pasar ese viacrucis del amor, la pasión, la necesidad de amar y ser amada, y esa entrega a lo irracional.
Iba creciendo y al mismo tiempo menguaba mi catolicismo y militancia, con lo que ya estaba preparada para la entrega total , para el viaje al país del placer sin restricción de la literatura erotica por antonomasia.
Cayó en mis manos lo que yo creía que me iba a condenar para siempre en lo mas profundo de lo mas hondo, Las Edades de Lulu.
El diablo , ese maravilloso ser sin pudor , lo escribió para que el resto de la humanidad lo cogiéramos como libro de cabecera. He de ser sincera y confesar que vi la peli antes que el libro. Fue peor, ya que lo que  los recuerdos de la peli no llenaba , lo hacía la imaginación. El coctel molotov perfecto.
Navagué, y naufragué por mares que desconocía, pero aún así, me planteé que la dirección que estaba tomando mi lectura solo podía darme satisfacción. Así que me aferré a las tapas duras de ese librito rosa y como si de una montaña rusa se tratase, bajé , subí, grité, suspiré y sin darme cuenta, añadí a mi lista de acciones altruistas, recomendar una novela erótica para los males del alma y un sudor de pecho, para los del cuerpo.

Aprendí que el placer tiene mil formas y que a traves de los ojos de una mujer , éste es infinito.

La escena maravillosa de La pasión turca de Vicente Aranda.

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