viernes, 28 de octubre de 2011

El Coleccionista de Sueños ( 1ª parte)

Elizabeth limpiaba la casa del Sr. Guerra sin la prisa habitual, hoy podía entretenerse charlando más que de costumbre. Su hijo tenía excursión con el colegio y no regresaba hasta las seis.
-¡Ahhh...chissssss!.
-¡Salud, Elizabeth!, ¿no estarás otra vez con la alergia, verdad?.
-No lo creo Sr. Guerra, seguramente es un poco de resfriado que he pillado en ese cuartucho al que mi casero llama piso semi-nuevo.
-Ten cuidado con esa caja, ya sabes que es mágica - le sonrió con un guiño de ojo - Y llámame Jonay que no soy tan viejo y nos conocemos desde hace tiempo. D. Jonay vivía solo, no se le conocía familia, ni se sabía si algún día la tuvo. Era un hombre afable, hablador y que casi siempre estaba de buen humor. Tenía una pequeña tienda de víveres en el barrio de la que apenas sacaba para cubrir gastos y de la que, por supuesto, no vivía. Se rumoreaba que se había prejubilado siendo un alto cargo de uno de los bancos más importantes del país, con una paga tan elevada que no necesitaba trabajar y le daba, incluso, para tener asistenta de hogar.
Elizabeth conocía bien aquella caja. Estaba llena de cuartillas, algunas dentro de sobres dorados y, al fondo, un sobre negro cerrado. En una ocasión se le cayó cuando D. Jonay no estaba en casa, todo se había desparramado por el suelo. Sintió curiosidad y leyó algunas. Desde aquel día entre ambos se estableció un juego no declarado de complicidades en torno a aquel objeto y a su contenido.
-Usted es muy mayor para creer en la magia Sr. Guerra, perdón, Jonay.
-La magia no está en los objetos, está en personas como tú, mi querida Elizabeth.
D. Jonay cogió la caja de cartón y se aproximó a Elizabeth
-¡Siéntate, por favor!  Tenemos que hablar.
Cogió el sobre negro del final y lo abrió, extrajo una cuartilla como las demás y se la entregó a su asistenta.
-Sé que siempre quisiste leerla. Tú formas parte de esto. Este fue el origen de esta afición que tengo y que me ha salvado la vida.
Elizabeth, sorprendida, cogió la cuartilla y la leyó.
-Es... un sueño, como las demás. Pero, ¿de quién?, ¿y por qué está en un sobre negro y no dorado?
Jonay se había puesto serio de repente. Con voz temblorosa respondió:
-Porque a esta persona no podré ayudarla, está muerta. ¡Yo la maté!

                        DESPERTAR
El Sr. Guerra era uno de los directivos más importantes del banco. Se decía de él que era frío como un témpano de hielo, su ambición sin medida y su falta de escrúpulos lo habían llevado hasta donde estaba y no permitiría que nada ni nadie se interpusiesen en su camino. Se encargaba, entre otras cosas, de los expedientes de desahucio más complicados o que nadie quería.
Para describir su crueldad, los compañeros y subordinados solían contar la historia de una anciana a la que echó de su casa. Contaban que al morir su marido, la pobre señora se había quedado con una mísera paga que apenas le alcazaba para comer. Por desgracia, aún debía al banco más de dos años de hipoteca de la casa donde había vivido toda su vida. Al no poder pagar las cuotas fue a hablar con Guerra.
-Sra. Adela debe usted pagar o perderá la casa. ¿No tiene nadie que le pueda prestar el dinero?
-Tenga compasión, no puedo dejar esa casa. Mi hijo no conoce otra dirección, si me echan no sabrá donde encontrarme. Él es lo único que me queda pero no sé dónde está. Tengo que quedarme, tengo que esperarle en esa casa.
-No entiendo bien lo que me dice Sra. Adela pero si no paga en dos semanas deberemos proceder al desahucio de su casa para subastarla y recuperar nuestro dinero. Le recomiendo que busque un lugar donde quedarse.
-Sr. Guerra, mi paga no me da más que para comer a duras penas, no puedo permitirme el lujo de vivir en alquiler. Apiádese de mí, ¡ayúdeme!

-No puedo hacer nada Sra. Adela. Vaya a asuntos sociales, seguro que ellos podrán ayudarla.
La señora Adela, de 70 años, se quedó en la calle dos semanas después, sin que nadie hiciese nada, sin esperanzas. Sus peores pesadillas se hicieron realidad. La angustia de saber que el único vínculo que le quedaba con su hijo había desaparecido la llevó a la depresión. Sobrevivió unos pocos meses, comiendo en comedores de asistencia de Caritas y durmiendo, cuando tenía suerte, en una cama del asilo. Murió en la calle, con la primera nevada de aquel año.

               MORIR

D. Jonay fue adoptado. Sus primeros años de vida los pasó en un orfanato. Tuvo suerte, contaba ya con cinco años de edad cuando una pareja mayor que no podía tener hijos se fijó en él. Eran buena gente, humildes trabajadores que luchaban por salir adelante cada día, y querían compartir lo que les quedaba de vida con un hijo al que dar todo su amor y enseñar sus valores.
Pero desde siempre tuvo curiosidad por saber quienes fueron sus padres biológicos. Después de muchas dudas contrató un detective para que los buscara.
Tras varias semanas de indagaciones el investigador entregó el informe a D. Jonay.
-Lo siento, Sr. Guerra, me temo que su madre biológica murió el año pasado. En el informe tiene todos los detalles.
Jonay leyó el informe del detective. Su progenitora fue una madre soltera que vino a trabajar a la gran ciudad desde su pueblecito. Aquí conoció a un desalmado del que se enamoró y la dejó embarazada. Este sujeto al enterarse la abandonó. Ella, sin trabajo, sin recursos y con solo 18 años no vio más salida que dar su hijo en adopción. Años más tarde conoció a su marido, la vida mejoró, tenía trabajo y habían comprado una casita. Intentó recuperar a su hijo pero ya era tarde, lo habían adoptado y el orfanato tenía prohibido dar los datos de los padres adoptivos. Solo pudo dar sus datos y su domicilio para incluirlos en el expediente, por si su hijo algún día trataba de buscarla.
Al Sr. Guerra le sonaba el nombre de aquella mujer y al leer la dirección que figuraba en el expediente del orfanato, y que al detective le había costado un buen soborno obtener, cayó en la cuenta.
Delante de aquel desconocido, el todopoderoso Sr. Guerra se desplomó en su sillón de cuero negro. Sus ojos se llenaron de lágrimas y el dolor rompió en mil pedazos su ego y sus sueños de grandeza: su madre era la Sra. Adela, aquella mujer a la que había desahuciado hacía un año.

                                  RENACER

Su existencia parecía haberse detenido. Seguía vivo, pero el dolor desbarató todos sus planes, convirtió sus sueños en pesadillas y arraigó en su corazón eliminando cualquier atisbo de esperanza. Se sentía culpable por lo que había hecho, no solo a la Sra. Adela, su madre, sino al resto de personas a las que había arrebatado sus casas y en muchas ocasiones, sus esperanzas. Y todo por defender los intereses del banco, de unos pocos desalmados que, como él, solo les importaba el dinero y el poder.
Jonay dejó el trabajo, se jubiló anticipadamente, su modo de vida se había vuelto vacío y sin sentido. Durante unos meses no consiguió levantar cabeza, se atiborraba a diario de antidepresivos, ansiolíticos, alcohol y a veces de algo más fuerte. Todo para intentar reconciliarse consigo mismo.
La fortuna o el destino quiso que sus pasos se encaminaran un día hasta la casa donde vivió Dña. Adela. Recordó con amargura como ella quería esperarlo en ese lugar, estar allí para cuando él fuera a buscarla.
Lo decidió sin pensarlo, viviría en el que fue el hogar de su madre biológica lo que le quedara de vida. Quizás fuera irracional pero con su mente y su corazón sabía que no quería olvidarla, aunque ello le hiciera sufrir, esa sería su penitencia.
La vivienda era aún propiedad del banco, esos cabrones no habían podido venderla por la crisis; así que la compró.
Aún conservaba los muebles antiguos. En un ropero encontró, escondida en el fondo, una pequeña caja de cartón. Dentro había unas pocas cuartillas escritas del puño y letra de Dña. Adela. Leyó perplejo, sin entender demasiado que tenía entre las manos. Cada cuartilla estaba encabezada por el nombre de una persona y a continuación un pequeño párrafo donde se describía lo que parecía un deseo o un sueño. Había encontrado un tesoro, el tesoro de su madre, una extraña afición: coleccionar los sueños de otras personas.
- Quizás sea buena idea continuar con esta colección-se dijo- al fin y al cabo a mí no me quedan sueños y conocer los ajenos puede ser un pequeño consuelo que me dé algo por lo que seguir viviendo.
Supuso que las personas que figuraban en aquellas cuartillas tenían que ser, necesariamente, vecinos del barrio. Debía tener contacto con ellos, hablar con las personas que conocieron a su madre, descubrir en sus gestos, en su forma de mirar y de hablar, sus anhelos, sus esperanzas, sus sueños. Era bueno en eso, cuando trabajaba en el banco le sirvió para hacer clientes, ofrecerles el dinero para conseguir lo que deseaban, cobrando, eso sí, sus comisiones e intereses. Ahora le serviría para continuar con la afición de su madre.
Arrendó un local en los bajos del edificio y montó una pequeña tienda de comestibles.
-Todo el mundo compra algo de ves en cuando en estos comercios- pensó – y es un buen sitio para conocer a los vecinos.
Jonay había pasado de ser un tiburón de la banca a convertirse en un humilde tendero de barrio. Su vida, sin duda, había dado un giro radical. (Continuará)

Autor: Ibso 



1 comentario:

  1. Doy nuevamente mis más sincero agradecimiento a "El Secreter" por considerar digno de este espacio cultural publicar algo de lo que escribo, a mí, que aún no soy ni aprendiz de escritor.
    Las fotos elegidas para acompañar son realmente hermosas.
    Un abrazo
    ibso

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