jueves, 26 de septiembre de 2013

Un gato entre basuras

Ilustración: Rebeca Dautremmer
Habían pasado las tres y se acercaba las cuatro. Detrás, el reloj no callaba. El péndulo doblado pero en perfecta conexión con el tiempo segundo a segundo balanceaba de lado a lado su lastimosa gallardía.
    La  oscuridad exterior intentaba apoderarse del cuarto de juguetes, donde ella con apenas doce años y caderas de mujer permanecía sentada de espaldas con las piernas dobladas delante de sí, en el alféizar de la ventana, mirando, no el cielo, sino la mancha oscura esparcida sobre el asfalto. Sola la mancha, sola ella, y un merengue que había traído su rey hacia unas horas yacía aplastado contra el lateral de la ventana, ya seco, pegado.
         Parpadeaba, olvidando sus largas pestañas mojadas, como si un abrasador sol de medio día que solo ella podía percibir aplastara su cabeza y camisón blanco, largo, como de princesa muerta de un cuento olvidado.
         No llegaba luz alguna a iluminar el embrujo del teatro en miniatura desdibujado, ajado, pasado de moda, como también lo eran aquellos minúsculos habitantes de cartón que lo formaban. Figuras no reconocibles en el ámbito familiar, menos el padre, calcado del rey. El que la tocaba donde no debía, desde hacía tres años,  mientras aparentaba jugar a príncipes y princesas obligados a procrear varios herederos para acabar con el dragón alado terror de los pequeños y amados súbditos. Hasta alimañas trajo del vertedero para llenar el foso que circundaba el teatro convertido en castillo para más verosimilitud con la historia y la necesidad de cumplir las leyes del reino.

         Pero aquella noche era diferente a las otras. La sangre manchó su braga de rojo intenso por primera vez y siguió su curso pierna abajo hasta dejar un hilillo encarnado en los calcetines de dormir. El rey, al entrar desnudo y sin corona, olió y chupó las bragas con avidez. Quería seguir más allá, donde ya había entrado otras veces, con su grueso lápiz de carne venosa, pero ella lo empujó con fuerza de dragón, no de princesa, y en el brutal ímpetu cayó en descenso mortal contra los ladrillos parduscos de la acera.

          Abrió su boca de  niña-mujer tan grande como pudo y, doblada por la cintura, desanudó los pies colgando hacia fuera, llamó al rey por su nombre de padre con un grito apagado que ni un gato callejero en su ir y venir entre basuras hubiera podido oír, un nombre repetido mil veces con amor y sin miedo antes de cumplir los nueves. Un nombre junto a una mancha oscura para olvidar desde ahora.

         El olor húmedo de un rocío tempranero empapó las copas de los árboles y el césped se llenó de caracoles en el jardín de enfrente.

  
                                                                                                     ASCALO
* 1º Premio del II Certamen Literario El Secreter

2 comentarios:

  1. Digno ganador!!
    Enhorabuena al autor y gracias por compartir algo tan...gracias

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  2. Gracias a ti por tu comentario y por visitarnos. Un saludo

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