sábado, 27 de diciembre de 2014

100 años no es nada

100 años no son nada, diría el poeta y el lector, que coge por primera vez la historia de Platero, ese burrito, que inmortalizaría el gran Juan Ramón Jimenez. En este año, que pronto llegará a su fin, se ha dado un merecido homenaje a este clásico de la literatura en  lengua castellana. Todo libro tiene su momento exacto de lectura y comprensión. Hace unos días, me decía un amigo, que no soportaba a Juan Ramón Jimenez, que le resultaba "pijo", insulso, pero que llegado el momento , ese momento que nadie espera, pero que llega, releyó su obra y encontró un escritor diferente, mas profundo y bello. Con Platero y yo, nos pasa , mas o menos lo mismo. Entra en nuestras vidas, por obligación, en EGB mi caso, primaria o secundaria. Su lectura, no era atractiva , mas bien aburrida y casi, casi, rozando el vómito. Pero , cosas de la vida, maduras, te das cuenta que te gusta la literatura y llega ese momento, en que Platero y yo, sale de esa estantería de "cosas que no volvería a leer, ni borracha", para que sea leído con los mismos ojos, pero con una nueva mirada. En esta ocasión, encuentras a un Juan Ramón simple, acariciando las letras y acercándolas a lo básico del sentimiento, lo puro, lo real. Después de muchos años leyendo lo que cae en nuestras manos, o lo que buscamos con ahínco, sabes distinguir la realidad en las palabras. Cuenta la leyenda literaria, que Platero y yo surgió , "por casualidad", y bien dice que de esas casualidades, errores, borrones en un papel, surgen las mejores obras que han llegado y llegarán a nuestras manos. Deseamos que dentro  de 100 años, haya alguien que lea por primera vez esta obra, y vea la belleza y simpleza de sentimientos, eso significaría que el espíritu de Platero no ha muerto. Larga vida a la buena literatura. 


 CAPITULO  1
"PLATERO es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas...
Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene á mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar,
los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco como de piedra.
Cuando paso, sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tiene acero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo."

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