domingo, 27 de noviembre de 2011

Anchor Bay

Las mañanas eran iguales en Anchor Bay . Las mismas nubes , las mismas avispas, las mismas escenas ante la tienda de Mary Saneston. La vida era monotona en Anchor Bay. Las noches aunque parecidas unas a otras, culminaban con un toque diferente. Una luz distraida, un ruido inusual, una ventana retrasada en su clausura. Todo era igual en Anchor Bay.
Volvía despues de 10 años fuera del centro neurálgico del estado de Winstuky, al norte o al sur del pais.   Recuerdo por qué me fui , lo mas triste es que no sé por qué regresaba, pero lo cierto es que allí estaba, frente a la ventana de mi cuarto infantil, tomando chocolate, con la misma sensación de incertidumbre que me embargaba 10 años antes, aquella mañana que me hice una coleta y metiendo en la maleta bragas, camisetas y una cámara de fotos , bajé las escaleras, nada silenciosas, desde mi cuarto a la cocina y sin pensármelo, le dije a mi madre, quiero ser cantante y me fui.
Anchor Bay, sus casas, sus calles, me olían a moho, a cosas guardadas, a recuerdos enmohecidos, casi olvidados. Me alegraba saber que nadie había limpiado el pueblo y olía igual. Contemplaba desde mi habitación, convertida en mi refugio pueblerino vacacional, a las gentes que paseaban y miraban distraidamente la casa de mis padres. Lo sabían,  sabían que había regresado. Esperaban el momento idóneo , no sé,  un baile hortera, un vecino pedilón de azúcar o sal, el domingo en misa, en el que pudieran mirarme de arriba abajo para recordarme que no fui cantante y ahora menos inocente y usada volvía a mi casa con el rabo entre las piernas.
Bajé las escaleras sonoras y encaré la cocina con un cigarro entre mis dedos, provocación en estado puro. Mi madre me miró y bajando la cabeza me preguntó si quería desayunar. Ni le contesté, apagué el cigarro en el suelo, aplastándolo con mis botas de charol blanco que compré con mi primer sueldo,  cogí mi mini bolso, me ajusté los shorts, y salí a recorrer Anchor Bay, para aclarar dudas, plantar envidias y crear deseos.
Mientras caminaba culpaba a mis padres y a Anchor Bay  de mi suerte. De los abusos, de los fracasos, de los amores que no fueron , de los vicios que probé y que no supe dejar, de mi falta de autoestima y del dolor y vergüenza que sentía al tener que regresar al lugar desde donde un día , juré  que no volvería. Caminaba y veía que la gente se sorprendía , miradas de vergüenza, de estupor, de pudor, alguna , por no decir , muchas de deseo. Volvía  Sue Ellen, regresa del infierno y ahí tienen el ejemplo.

Parada en el centro de la calle, y sabiendo que no debía avergonzarme de nada, anudé mi camiseta por encima del ombligo, me atusé mi larga melena , saqué un cigarro y caminé, caminé , hasta donde me dío las fuerzas y hasta donde sabía que podía dar que hablar.
La pena de todo esto es que el  Anchor Bay es un pueblo pequeño. Mi historia solo tiene sentido aqui , pero siempre habra un pueblo y una chica, un cigarro y cuatro calles. La historia no solo la escriben los gandores, si no los que ven regresar a los perdedores, y en ese grupo , Sue Ellen , es la vencida de Anchor Bay.

©Lola Tabernas

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