jueves, 26 de abril de 2012

Algo tuyo

- No me mires así. Le recriminaba una y otra vez. Ella reía. Cada vez mas fuerte. Maldita niñata de mierda. Siempre supe que no le gustaba, pero  caía en sus redes sin pensarlo, sin sentirlo. Desde que la conocí hace apenas dos años, en una redada en un bar de mala muerte de los suburbios de Barcelona, supe que jamás saldría de mi vida. Joven y despiadada, salvajemente deseada por todos y sirvienta de nadie. No tenía dueño. Su cuerpo, esa moneda de cambio que vendía muy cara, me enredaba  en el abismo en el que se había convertido mi vida. Me encantaba que me mirara con desprecio , porque en ese desprecio yo gozaba. Llegué a no conocer la dignidad, bajo su piel todo era olvido y placer, dolor y placer.
- No te rías.
- ¿Por qué no? Disfrutas.
- Pero tú no.
-Tú que sabes...y me volvía a lamer la boca, el pecho, hasta que rendido la sentía encima, enjuagando una y otra vez el dolor de la pasión. Cada mañana lo mismo, maldecía mi falta de voluntad, mi carente sentido de la dignidad. Recogía mi ropa y me quedaba un instante, un segundo a contemplar ese cuerpo desnudo débil, frágil que yacía en esa cama donde, horas antes, dejaba de ser persona. De vuelta a la realidad, la calle me olía a miseria, a falsedad. Los escaparates me devolvían la imagen de un pusilánime dentro de un uniforme que engaña, que enfrasca, que enmascara la podredumbre de mi alma.
Regreso cada minuto a esa cama, a ella. Me enredo en su pelo, me pierdo en sus manos y dejo lo que soy a los bordes del sucio colchón. Sonámbulo por la ciudad, camino siguiendo la senda que marca mi compañero, recalo en esquinas, me apoyo en paredes, apenas me sostengo en pie. Sus ojos , esos que desploman mi voluntad, aparecen en cada coche, en cada cara, en cada soplo de la mierda de aire que respiro. Sin darme cuenta, sollozo,  me falta el aire, me agobio, me arranco  el casco, me desplomo  encima de chicles pisados, restos de cacas y escupitajos ajenos. Eso soy. Una parte mas de una ciudad sucia..
Ruido, mas ruido, pitidos, sonidos que apenas reconozco. Un fogonazo desde el techo, apenas me deja ver lo que hay a mi alrededor. A los pies de la cama, leyendo una revista , con su melena negra cayendo por uno de sus hombros, como siempre irreverente, despreocupada, soberbia y malditamente bella, estaban los ojos de la niñata que me arranca la cordura.
- Hola, ¿qué haces aquí?
- Tenias mi puto teléfono en tu cartera. Creyeron que era algo tuyo y ...aquí estoy.
- Lo siento. Por momentos, antes que hablara, sentí que significaba algo para ella, que volvía a ser de alguien, pertenecer a alguien, que dolía a alguien. Pero solo fue un instante, uno solo.
- Me voy. (Antes de llegar a la puerta , volvió sobre sus pasos y se acercó a mi oído) Solo me tienes a mi. Qué mala suerte. Nos vemos .
Al tenerla tan cerca, supe que no sabría vivir sin sus desprecios y que acabara como acabara, volvería a ella, suplicando un mínimo espacio en aquello que llama vida. Me quedé escuchando la sensualidad  de sus pasos. Enmudecieron los ruidos artificiales y superfluos de lo que me rodeaba y solo existía para mi sus pasos y su olor.
Comenzaba a llover y la ventana de mi habitación se cubrió de diminutas gotas que resbalaban sin sentido. Odio la ciudad mojada.

©Lola Tabernas

1 comentario:

  1. Que fácil es ser esclavo, que dificil ser libre... en este caso para ambos. La soledad es mala consejera cuando buscas llenarla y lo único que encuentras son soledades acompañadas.
    Un abrazo, Lola.
    ibso

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