lunes, 4 de junio de 2012

Te vas


 Te vas y me queda la sombra triste y amarga de tu ausencia
Te vas y mis ojos son saetas buscando ansiosos tus huellas.
Te vas.
No hay nada que te detenga.
Porque mis manos no son cuerdas.
Ni mi corazón cadenas.
Te vas.
Y mis entrañas se duermen hasta el día en que vuelvas.


No puedo olvidar aquel gesto cargado de exquisita dignidad. ¿fué una huida o acaso una de aquellas provocaciones que tanto le gustaban y que llevaba la inquietud y el desasosiego al alma de sus amantes? No lo sé. Años después sigo sin poder contestarme .Sin embargo no puedo apartar de mi mente los tacones que se alejaban, la elegancia al andar sabiéndose observada no solo por mi, que había compartido mesa con ella momentos antes, sino por todos los clientes que se vieron sorprendidos cuando Joana se levantó súbitamente arrastrando con su gesto de ira la taza inmaculada y la cucharita de plata.
Todo había acabado, dijo. No aguantaba más mi cobardía. Y yo supe que si, que todo había acabado. Que con ella se alejaban los meses más felices de mi vida. Aquellos en los que la ilusión empapaba mis sentidos haciendo creer que todo era posible. Que era posible huir del tedio y la monotonía, que era posible vivir sabiendo que cada minuto, cada caricia que se inventaba, que cada palabra pronunciada o escrita adquiría el significado de un lenguaje solo compartido por nosotros. Construido por nosotros. Joana se alejaba pero esta vez yo no la seguiría como aquella primera vez.
Pasear por Sevilla, descubrir vericuetos en plazuelas ocultas a las prisas, redescubrir el Guadalquivir en sus aguas verde plata, imaginar historias tras los visillos y las celosías había sido durante meses el mejor remedio para ahuyentar la soledad. Hasta que aquella mañana vi, por primera vez en los últimos peldaños de una de las escaleras de la plaza de España, aquellos tacones negros de aguja que me hicieron descubrir una nueva ciudad a través de aquellos itinerarios sin sentido.
Avanzo entre el ruido del tráfico. Pero el rumor de los tacones me guía. En los tacones de aguja se reflejan piernas y ruedas. Hay un ritmo en el andar que hipnotiza y subyuga y yo no puedo mas que seguirlo. La cadencia de una feminidad que te absorbe es como una antorcha que muestra el pasadizo oscuro y siniestro en que se ha convertido el resto de la ciudad en esta mañana del otoño sevillano, en el que los primeros escalofríos, anuncian un nuevo invierno anegado en soledades .
Al revolver de una esquina me espera.
- ¿Por qué me sigues?- pregunta
- Porque siguiéndote tengo un mundo por descubrir -contesté mirando sus ojos por vez primera.
Y a partir de aquel café en el Kiosko de las flores, mientras contemplábamos como el río serpenteaba alejándose de Triana, decidimos descubrir juntos el mundo que se adivinaba en las miradas compartidas de los demás, en las manos que se buscan en la oscuridad, en palabras que les servían a otros para acariciar el corazón y las entrañas.
A partir de aquel día y por una vez a la semana yo recibía un mensaje en mi móvil con una dirección. Siempre distinta. Una esquina, una terraza, la barra de un bar. Pero siempre a la misma hora. Las 9
de la mañana. Allí estaba ella esperándome y nada más verme comenzaba la persecución. De nuevo el rumor de los tacones de aguja. Un rumor que me lleva por las callejuelas del barrio de Santa Cruz o por la calle Betis. Sin rumbo por las calles de la Macarena o asomado al río desde la pasarela. A las entrañas del Arenal o a los corredores vegetales del Parque de María Luisa. Unos itinerarios que al final siempre nos llevaba a una pensión escondida en Santa María la Blanca.
Durante tres meses nos amamos, un día por semana, siempre tras aquella persecución en la que los dos, perseguida y perseguidor, nos dejábamos arrastrar por el deseo.
No hubo preguntas en nuestros primeros encuentros. Sin embargo, las dudas fueron extendiéndose por mi alma y la alegría se tornó en una necesidad imperiosa por saber. Ya no me bastaban aquellos momentos compartidos. La emoción de la espera de las primeras semanas se tornó paulatinamente en angustia.
Una mañana tras hacer el amor me atreví a decirle que necesitaba saber de ella.
- ¿No te basta con ser feliz?- preguntó, mientras una sombra de tristeza asomó a su mirada.
A la siguiente semana recibí su mensaje. La Buena Estrella. Trajano con Alameda. A las 9 en punto.  Todas las mesas estaban ocupadas por personas que desayunaban pero para mi solo estaba Joana en el bar.
Sin embargo no se levantó cuando me vio llegar como había hecho durante todas aquellas semanas sino que esperó que pidiese un té y que el camarero depositará la tetera sobre la mesa con su taza y su cucharilla de plata para inquirirme
- ¿Por qué sois tan cobardes los hombres? ¿Por qué necesitáis controlar para ser felices?.¿Por qué preferís la tranquilidad de saberos únicos a la alegría de ser los elegidos?
Un torrente de preguntas que me agotaron las emociones de aquella mañana otoñal en la que ya se adivinaba el invierno.
No me sigas, continuó. Y levantándose bruscamente arrastró la taza inmaculada aún y la cucharita de plata. Y de nuevo no pude apartar la mirada de los tacones de aguja que se alejaban definitivamente de mí.

Antonio  Sanchez  Morillo

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