domingo, 29 de julio de 2012

En la punta de la lengua…

Oreando quesos

¿Qué cosa es orear y que cosas se orean?...
Para empezar diré que “orear” es como dejarse broncear, airear, dejar curar. Es algo así como decir que la cosa coja consistencia en color y sabor. Y orear, se orean los quesos.
Cuando eres adolescente, uno se convierte en la chica de los recados. Con esta frase, quiero recordar una anécdota que me ocurrió en ese período de la vida, donde lo más importante es terminar de hacer los recados, para irte a la plaza para hacer, nada.
Recuerdo que mamá, me dijo textualmente:
-Dile al charcutero, que te de una cuñita de queso que este bien oreao-
Cuando llegó mi turno, la transmisión oral con el dependiente, no fue nada fácil.
El hombre, no sabía a qué me refería con aquello de que quería que me partiera un trozo de queso, pero que estuviera bien oreado.
Y yo, dándole vueltas con las manos a un queso imaginario, que no terminaba de curarse, ya que nadie tras aquél mostrador, me entendía.
-¡Un queso que esté oreado! ¡Que esté así como dorado! ¡Semi duro, pero no mucho! ¡Que tenga sabor! ¡Que se corte con solo mirarlo!-
Y yo, venga a darle giros al aire de las neveras y que ni Cristo supiera que carajo estaba pidiendo. La clientela se acumulándose a mis espaldas, pidiéndome que me agilizara con la clase de lengua.
No supe hacerle entender que lo que yo quería, era un quesito semi curado.
Fue con esta última palabra (curado) cuando por fin el charcutero, salio de su ignorancia y dijo…
-Aaaahhh! Vale, ahora si-

Qué quieren que les diga, oreado suena mucho mejor. A la vida en el campo, a vacas, cabras y ovejas pastando en un prado verde, comiendo todo tipo de hierbajos sanitos. Es un término que invita a asentarte en la más hippie de las granjas. A convivir con cabezas de ganado pastando al libre albedrío.
Me sentí cual Heidi explicándole a Clara, lo enriquecedor que es vivir, con mamá natura. No solo por la parte alimentaría si no por la lingüística, que cada día, se pierde más. Como las plantaciones de tomates, de los que ya solo nos quedan, los plásticos de los invernaderos, flotando con el empuje de la ventolera.

Mar Benítez

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