|
Fotografía tomada de: rferrari.wordpress.com |
Veo a un hombre. Un hombre que… ¿sonríe?, sí,
parece que sonríe. Y una inmensa playa de arena negra. Y el mar, un mar
quieto, sin olas a pesar del viento, ese viento que vuelve a la gente
loca. Espere, no, no hay ningún mar, es asfalto. Un mar asfaltado, sí,
eso es. A los niños les da miedo, no quieren bañarse, prefieren jugar a
ser niños, pero no lo son. Son viejos. Viejos jugando a ser niños. Un
helado se derrite en sus manos y ríen, ríen sin razón, sin corazón.
Muecas en sus rostros, muescas en su piel, y el rastro de arrugas y
manchas que deja el tiempo a su paso. Y dios fumando apoyado en alféizar
de la Luna cubre el cielo de nubes. ¿Qué cómo es? No lo sé. Solo sé que
es dios. Y el hombre que sonríe echa de menos su pastelería. Y a su
perro. Y el olor a merengue recién cocinado. Y el hedor de las
sospechas. Y el amor.
El amor del que le hablaron y luego le robaron.
¿Por qué? se pregunta. Y pregunta a todos: al mar asfaltado, a la arena
negra, a la Luna, al viento enloquecedor.
Los niños nunca mienten.
¡Mentira! Y llora. Llora como ningún hombre antes había llorado. Y sus
lágrimas caen como la lluvia, y también caen rayos y relámpagos. Todo
comienza a inundarse. El mar de asfalto se llena de lágrimas saladas,
las sirenas lo llaman con su voz dulce, pero espere un momento… ¡Las
sirenas no existen! No son reales. Y tampoco ese mar asfaltado, ni la
arena negra, ni el viento que enloquece a las personas, ni dios, ni el
amor… ni el hombre que sonríe. Tan solo son garabatos… ¿verdad?
Diego Rinoski
* Texto presentado al II Certamen Literario El Secreter
No hay comentarios:
Publicar un comentario