No siempre el éxito está asegurado con un elenco plagado de estrellas. Ese fue mi primer pensamiento , cuando supe que venía Los hijos de Kennedy al Cuyas. Pero luego, medité, no siempre se cumplen esas frases, puede existir un pequeño espacio para la duda. O no?
En un bar, se encuentran un grupo de personas que representan a la sociedad americana de los 60. Actores desfasados, Marilyn desencantadas, activistas perdidas en su propia lucha, soldados desquiciados y la perfecta mujer americana, que apenas entiende qué pasa en su país.
Todo estaba a su favor, el elenco, la obra, su director José María Pou y la escenografía...pero se desinflaba por momentos. El texto brillante se perdía a través de la actuación floja, sin conexión con el público de algunos actores.
Posiblemente , el director quería que el espectador, sintiera esa fractura en la sociedad americana y lo traspasa a los personajes, seria la única razón para justificar el distanciamiento entre los mismos, que hacía que salieras de una excitación tremenda con el gran Fernando Cayo y te hundieras en lo mas profundo del aburrimiento con Emma Suárez o Maribel Verdú.
Esta última, debo aclarar, que tuvo momentos magistrales, sustentada por un texto maravilloso. Por momentos, sentí su fragilidad, su abandono, su decepción. Pero solo por momentos.
Fernando Cayo, lo descubrí, hace como dos años en Madrid, en la función De ratones y hombres de Steinbeck en el Teatro Español. Me enamoró su fuerza, su capacidad de transmitir y su voz. Ha vuelto a enamorarme. No solo por la maestría de su actuación, sino porque es su personaje quien carga con toda la fuerza de la obra, sin perder frescura en ningún momento. Es él ,y no otro personaje, el que justifica que no hagas una "tocata y fuga" del teatro.
La magia que te rodea cuando estás sentado en la butaca de un teatro, desapareció a la media hora de espectáculo. Me descubrí dormida. Jamas, me había pasado. Cómo era posible que ante tanto arte y talento, no podía concentrarme en lo que me contaban. Era como estar en el tren de la bruja, que solo cuando aparece la bruja y logra asustarte , ha valido la pena pagar el ticket. Me sentí decepcionada por no saber ver lo que el director quería decirme. Confiaba que era yo la que no tenía esa capacidad y no los actores o la estructura de la obra.
Pero hay una cosa que nunca me engaña, esa voz que habla desde la verdad y que hace que te estremezcas cuando algo llega, cuando algo te hace sentir de verdad. Mi voz, esa chivata del interior, se apagó desde los pocos minutos, no me hacía sentir, ni conmoverme, no sentía miedo, ni estupor, ni mucho menos reír.
No estaba.
El teatro es una experiencia y como tal, no sabemos hasta el final cómo va resultar, mientras, disfrutamos del viaje.
Los hijos de Kennedy es como viajar en un avión de lujo, sobrevolando uno de los paraísos terrenales, mientras el pasaje, en vez de disfrutar de todo ello, hace crucigramas.
El Secreter
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