Lady M. , como se hacía llamar, apenas rozaba los dedos con la campanilla dorada de su habitación y en segundos, el leve ruido del mini badajo, de la mini campana, rodeaba la casa y llegaba a los oídos del mas leal de los sirvientes, Claude. Gran diva del cine europeo, Lady M, enjuagaba sus lágrimas con ginebra y aderezaba las reuniones , cantando a cappela, canciones que pronto hacía suya. Nunca entendió el protagonismo sin un poco de sacrificio y descaro. Encendía su cigarrillo, pendiente de una boquilla, desafiando al vacío, elegantemente aderezado con el movimiento sutil de las pestañas, que cual aleteo mortal, cubría de pasión los labios de los gordos de la industria, que siempre querían verla en su cama. Claude, recogía las migajas de Lady M, esparcidas en el diván de piel , regalo de su último amor, un joven londinense que quería pintarla en el atardecer de sus días y que adornaba su cama con guirnaldas de flores recién cortadas del jardín que, con tanto esmero, cuidaba Claude. Lady M, lloró su abandono, pero mas aún lloraba el ridículo al que había sometido su mundo. Una dama que había estado en las mejores camas del país y del extranjero; delicada amante y solicitada compañera de affairs sonadisimos, no podía verse relegada al abandono de un oportunista, fetichista y arrogante pintor del tres al cuarto. Pero así es el amor o la desesperación por mantener lo que se fue , sin mirar lo que se es. Cada mañana, tras recoger lo que quedaba de Lady M, Claude, la subía a su habitación, la desvestía y con mucha sutileza y adoración, la aseaba. Desde que una mañana, Lady M, vomitó la fiesta de la noche anterior, Claude, antes de llevarla a su habitación, coloca en la mesilla de noche , una fuente de porcelana, regalo de un embajador chino, allá por 1960, llena de agua tibia , con aroma de vainilla y rosas. Tras quitarle la ropa, Claude comienza el ritual del aseo a ese cuerpo que todavía le hace temblar al primer contacto con la piel.
La primera vez que Claude vio a Lady M en la gran pantalla, el corazón dejó de latir, sintió que aquellos ojos negros se clavaban en él y le susurraban. Cuando la agencia de colocación, una de las mejores de Londres, le dio la dirección de su nuevo trabajo, tuvo que ir varias veces a lo largo del día, para cersiorarse que era verdad. Trabajaría para Lady M, su musa, su estrella, su pasión.
Cada mañana, Claude da gracia a dios por poder tenerla para él lo que dure el baño. Agradece a todos los hombre que le han roto el corazón a Lady M, porque él siempre estará y recogerá, como nadie, lo que quede de esa mujer débil y frágil. Da gracias al alcohol , que anestesia el volcán de rencor de su amada y la hace descansar en sus brazos por un instante. Agradece al tiempo que todo lo estropea, por hacerla bella para él. Solo él, sabe admirar su belleza, esa que un día enamoró a millones de hombres y que hoy , es contemplada por el fiel Claude.
©Lola Tabernas
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