sábado, 14 de julio de 2012

Con los platos abiertos…

El helado de la fiesta

Como dice la canción…”El verano ya llegó, ya llegó, ya llegó y la fiesta comenzó, comenzó, comenzó”
De eso, de verano y de fiestas voy a hablarles, en estos días de arena flotante y color sofocante (sin querer me ha salido un pareado).
Si hay dos productos alimentaros estrellas, en lo que a las fiestas de pueblos en Canarias se refiere, eso son, “El turrón de la fiesta” (del que ya hemos hablado) y “El helado de la fiesta” y si a cada uno le hemos asignado un héroe (en el caso del turrón, el turronero) tendremos que decir, que en el caso del helado, sencillamente, lo llamábamos, “El hombre del helao”
Preferentemente, su vehículo de transporte era o un Citroen (cuatro latas) o un Renault (entiendase por Renault, una furgonetilla).
Qué alegría más grande, nos daba cuando los sábados, al mediodía, después de meternos entre pecho y espalda un potaje berros, al peso de la tarde, que nos hacía sudar más que el propio almuerzo, sin que nadie lo oyera, se instalaba en medio de la calle, hacía sonar la corneta dorada, como si se tratara de las caracolas que utilizan los pescadores en sus ventas marinas, y todos los, la familia en tropel en busca de la crema rosada y amarilla, que tanto nos gustaba.

-¡El hombre del helado! ¡El hombre del helao!- Gritábamos al unísono.

Era como cuando la mamá gata  dejaba a su camada tranquilamente durmiendo, y a la vuelta de sus correrías, los llamaba de forma sutil, quedando el grupo alborotado, a ver quien llega primero, a la mejor de las tetas. Pues esto de los helados, era más o menos igual.
Se servían en conos de obleas ó en vasitos, en eso no ha cambiado. En lo que si ha cambiado, es que ya no están.
Aunque no hace muchos días, mi hermana me saca de su casa uno de estos helados, y me invita.
-¿De dónde sacaste estos?
-¿Cómo que de dónde? Del hombre de los helados. Paso por aquí, salimos todos corriendo al oír la corneta, y compramos helados. Vamos, lo que se conoce por normalidad.
Aunque solo queríamos uno para cada cabeza, pero se empeñó y nos regaló una bolsa con más de cuatro.
Que pena no haberlo visto yo. Son una reliquia del tiempo y de nuestras costumbres.
Con el hielo en dos colores, fresa y amarillo y con una nevera de los más rustica, repartían estos hombres del verano, azúcar para las tardes de los sábados.

Mar Benítez

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