Con cuatro años en el paro, una carpeta repleta de certificados académicos, una agenda vacía de citas, las mismas camisetas y pantalones que cuatro años atrás, despertándose a la misma hora que lo hacia cuando trabajaba, la nevera vacía y la cabeza llena de proyectos que no podía ejecutar, por falta de liquidez, Lucas, dejó que su tiempo se desplomara.
-Menos mal que no tengo hijos-
Se decía, cuando la tensión se le acumulaba en sus hombros.
Buscaba conductos. Posibles salidas para que el tiempo caminara y no le obstruyera las venas. Pero eso, cada vez era más difícil de conseguir.
Se masajeaba la sien, como si de aquella manera, el período paralizado se activara y las ofertas de trabajo fluyeran. Algo así como si la buena suerte fuera a salirle por la nariz, desatascando esa sinusitis, que se llama desempleo.
Lucas, pensó en vender su sofá, sus lámparas, que de modernas, pecaban con el precio.
Pensó en vender todo el atrezzo, el decorado que adorna su escenario.
Eso pensó cuando se detuvo a observar a su alrededor, lo que ahora le parecía una desfachatez en compras, que más que engalanar su habitat, solo estaban para aderezar su vida.
Ahora, todo aquello le parecía parte del pequeño teatro, que se había montado en medio de una vida, imaginaria.
La Puerta Blanca
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