sábado, 8 de diciembre de 2012

Raciocinio vacuno

Yo no podría comerme el cerebro de una vaca.
¿Hay materia gris en esos cerebros?
Si chupo las hendiduras de un cerebro vacuno, sería como si estuviera chupándole sus ideas. Algo así como si me prestaran sus imágenes, sus pensamientos, su moral, incluso esa personalidad pastosa que las convierte en seres únicos y en el fondo, superficiales.
Todo el día dándole a la cola para espantar a las moscas, sin nada más allá de lo trascendental que hacer ó en qué cavilar durante el día.
Son inteligentes las vacas. No lo parecen pero lo son.
Viven en parsimonia con ellas y con el mundo.
Simulan que son tontas, que no piensan. Con sus ojos a medio cerrar. Como los estores de mi casa cuando quiero que la gente crea que no estoy, y de esa forma ahuyentar a las visitas molestas.
Rumiando su pasto fresco a mandíbula suelta.
Filosofas del campo.
Budas tibetanas masticando tantras.
Sin preocupaciones aparentes. Sin mortificaciones absurdas.
Son listas las vacas.
Desde por la mañana hasta por la noche, no hacen otra cosa que mirar al horizonte con el hocico desbordante de pasto, y con todo el tiempo de sus vidas para hacer la digestión.
Las vacas. Esos frágiles animalitos del prado que no tienen oficio, salvo el de parir bonitos ternerillos, regalarnos su leche, cual tetrabrik de envase permanente.
Y los becerros. Dulces bebes que seguirán con la tradición familiar de hacer, nada.
Dóciles manadas de herbívoras mamás, que ni cambian pañales ni sufren preocupaciones lógicas de una vida en el planeta.
No hacen nada las vacas. No huyen de los peligros, pero claro, tampoco los atraen.
Que envidia me dan la vacas. Sin tener que sufrir la presión que da un pantalón vaquero, al que se le obliga subir muslo arriba y por circunstancias celulíticas, se les hace imposible llegar hasta la cintura.
Cuanta más cadera, más hermosa se las ve.
Estaría bien ser vaca en mi próxima vida.
He cambiado de opinión. Voy a chuparle el cerebro a una vaca.

La Puerta Blanca

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