Lo más hermoso de la casa, era la melena verde que lucía el patio.
Sus largas trenzas, a modo de lianas, ayudaban a camuflarse de los gritos de la tía, que prohibían a los niños, jugar entre las macetas. Debe ser ése el motivo, por el que la madre naturaleza, la vetó de tener sus propios hijos.
Gracias al abandono eterno, en el que la hiedra vegetaba, castigada por el viento y regada de salitre, se fue haciendo más hermosa y espesa.
Esconderse en sus refugios naturales, me hacían sentir como si me cerraran el paso bajo las axilas de un oso pardo.
Pero ya no quepo bajo sus alforjas. Y de todas formas, ya no tengo nada de que esconderme.
Ahora soy yo la que sube las escaleras, para prenderle con orquillas de alambres cenizos, y sujetarle sin miedo a que le duela, su vieja y canosa cabellera.
La Puerta Blanca
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