sábado, 11 de mayo de 2013

Siente...



Como seguidora y apasionada de la obra de Lorca, cada vez que se presenta la oportunidad,  no me pierdo alguna representación de  sus dramas . Anoche tuve la oportunidad de ver Yerma. Se pueden imaginar lo que significaba poder ver en carne y hueso a esos personajes que Lorca , tan bien describe y dibuja en cada escena, en cada acto. La obra de Lorca es algo mas que teatro, es fuerza, sentimiento, tragedia, amor, pasión, entrega. Detrás de las palabras,  silencios, llantos, luces, está el universo de un hombre que sentía como propio el dolor humano, el amor sin fronteras, el goce de lo sencillo.
Lorca recreaba ,a través de sus personajes, el mundo rural, infiernos encalados, muertes y pasiones detrás de cada puerta. Es desgarro, rotura, muerte y pasión, que siento decir  no encontré anoche. En esta ocasión Yerma la interpretaba Silvia Marsó. Una interpretación muy exagerada, sobreactuada, nada natural, nada pasional, por momentos, estridente y artificial. Todo lo que no es Lorca. En toda la obra, apenas conecté con su alegría y , mucho menos, con su dolor. Esta exageración hacía que el personaje de Juan,  interpretado por Marcial Álvarez, estuviera desaparecido. Los hombres de Lorca son piezas esenciales para la trama. Son los causantes del dolor, alegría, pasión, descalabro, sin sentidos de las protagonistas. Pepe el romano , presente en La Casa de Bernarda Alba, en cada preposición, cada silencio y  suspiro, nunca se le ve. Pero se le siente, como el vaho en el espejo, como el sudor del verano, pegado a cada mujer que lo nombra, que lo piensa. Juan, marido de Yerma, no estaba,  no lo vi, ni lo sentí, era un figurante mas, en una escenografía que no llenaba la palabra, ni el llanto, ni la pasión.
 No soy experta en teatro, ni siquiera puedo criticar de una manera profesional, a quien vive de esto, a quien trabaja en esto, que llamamos teatro, pero siento y es mi sentimiento el que critica. La Yerma de Narros, su director, estaba vacía, en eso estamos de acuerdo, pero de Lorca.
Otra vez será.
No quiero dejarles con esta sensación agridulce, así que comparto uno de los momentos bellos, de tantos, que nos regala Lorca en Yerma.

¡Ay qué prado de pena!
¡Ay qué puerta cerrada a la hermosura,
que pido un hijo que sufrir y el aire
me ofrece dalias de dormida luna!
Estos dos manantiales que yo tengo
de leche tibia, son en la espesura
de mi carne, dos pulsos de caballo,
que hacen latir la rama de mi angustia.
¡Ay pechos ciegos bajo mi vestido!
¡Ay palomas sin ojos ni blancura!
¡Ay qué dolor de sangre prisionera
me está clavando avispas en la nuca!
Pero tú has de venir, ¡amor!, mi niño,
porque el agua da sal, la tierra fruta,
y nuestro vientre guarda tiernos hijos
como la nube lleva dulce lluvia.
(Extracto de Yerma de Federico García Lorca)


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