Lo que si recuerdo bien de esa noche es que no había luna. Por lo que no se qué me llamó más la atención, si el berrido agudo de la vendedora ambulante, que hubiese una vendedora ambulante en pleno paseo de playa totalmente a oscuras, o lo que vendía.
- ¡Lunas, Lunas. Llévese una! - Una y otra vez - “Lunas, Lunas, Llévese una”
No me quedaba otro remedio que acercarme a aquel puesto.
Casi no veía nada, fue más un encontronazo que una búsqueda. La vendedora con ropa oscura y un pañuelo negro en la cabeza, merecía el titulo de una obra de Botero.
- Llévate una. – me dijo.
Una qué. Mire a su alrededor, aún no sabía lo qué estaba vendiendo. A sus pies, doblados en postura yoga una sabana negra también doblada a la mitad. Pero nada sobre ella.
- Una ¿qué?
La anciana me miró y adiviné una sonrisa de dientes amarillentos bajo el enorme garbanzo que tenía por nariz. Sus manos desdoblaron la sábana y bajo la tela negra cuatro filas de diminutas perlas blancas, grises y naranjas. Perfectamente alineadas y separadas unas de otras con exactitud de tiralíneas.
- ¿Perlas? – no tengo dinero.
- Lunas. – rectificó la anciana – y no tienes que pagar con dinero.
- ¿Lunas? ¿Qué es eso?
- ¿No echas de menos nada esta noche? – Miró al infinito cargado de estrellas. No caí en la cuenta en un principio, pero el arrullo de las olas me hizo tropezar en mi propia torpeza.
- No hay luna.
- Qué muchacho tan espabilado. ¿Quieres una?
- ¿Una qué? – pregunté mas desesperado que curioso.
- ¡Una luna muchacho! – al ver que seguía en la inopia, agarró una de aquellas perlas con dos dedos y para mi sorpresa la lanzó al negro vacio con mucha fuerza.
La perla pareció estrellarse contra el mismísimo cielo. En un estallido de luz, el cielo cambió por completo, apareció una luna llena como nunca había visto. Daba luz al mar y a su alrededor una especie de halo, cientos de anillos luminosos.
Lanzó otra de las canicas “contra el cielo” Una luna de un naranja espectacular, apagada por un eclipse en un 70 por ciento apareció delante de mis ojos. Miré alrededor. No había nadie. Salvo una pareja de policías que se acercaban desde el lado Este de la avenida. Al vernos empezaron a correr hacia nosotros. La mujer pellizcó literalmente el cielo y recogió su luna como un paño que guardó en su puño. Así con todas las lunas que había colgado, una por una.
Eran como telones en un teatro. Pellizcaba el cielo, tiraba de él, y cielo, luna y estrellas se plegaban en su mano convirtiéndose de nuevo en perlas. Miré a los policías que se echaban sobre mí. Yo no había hecho nada. ¿Por qué a mí?.
- ¡No, no! – la mujer había desaparecido. Todos me miraron como al vagabundo por el que, al menos una vez al año, sienten lastima.
Me había quedado dormido en un banco de la Calle Mayor de Triana. Una calle que al ser comercial y peatonal, a esas horas del día estaba a rebosar de transeúntes. Nunca había sentido tanta vergüenza. Pero hice como si el mundo no fuese conmigo. Aprendí a disimular muy bien en el colegio. Era la única forma de mantener el desayuno intacto en el recreo.
- ¡Periódico! , ¡Periódico! Aquella voz quiso sonarme de algo. Me levanté. Y me guié por el agudo y esperpéntico chillido de una vendedora de periódicos.
- Hola – le dije. Me extendió el periódico.
- Dos sesenta.
Saqué mi cartera y le di cinco euros, sin hacer caso del periódico. Mi vista se había centrado en el tremendo garbanzo arrugado que tenia por nariz. Me miró, pero ni una sonrisa ni un gesto amable ni resto de la venta ambulante. Nada.
- Tenga su vuelta y gracias joven.
Metí el suelto en el bolsillo mirándola a los ojos directamente. No quise hacer más el ridículo ese día y me contuve. La intención que nacía en mi interior en ese momento era preguntarle si se había olvidado de mí. No dije nada.
Ciento veinte grados y caí en la pesadez de la calle, de vuelta a casa. Pensaba en todo lo que había pasado durante ese trozo de día, mientras daba vueltas con mis dedos a las monedas delbolsillo.
¿Monedas? Había algo que no era una moneda. Lo saqué del bolsillo. El periódico cayó al suelo a cámara lenta, igual que el caminar de la gente a mi lado, a cámara lenta, viendo como mi mirada se perdían en el infinito de mi palma derecha.
- Señor. Señor Todos me miraban.
- Señor. ¿se encuentra bien? Parpadeaban como en una mala película de terror, donde todo sucede a veinte revoluciones por minuto.
- ¡Está tirando las monedas! – dijo otra voz cercana. Volviendo a insistir en preguntar si estaba bien.
No dejé mirar la esfera que tenia en la mano.
Busqué al garbanzo ambulante por toda la calle. Entre los huecos que dejaban los preocupados paseantes.
- ¿Dónde está?
- ¿Dónde está? ¿quién?. Señor, ¿se encuentra bien? Miré a la joven que me preguntaba con rostro preocupado.
- Si, si. ¿No lo oye?
- Señor. ¿Qué? ¿Qué tenemos que oír?
Antes de contestar volví al mundo. A mí alrededor se había congregado muchísima gente. Y todos con aire preocupado. Un señor me abrió la mano y me devolvió las monedas del suelo.
- A la vendedora de, – No quise terminar la frase. Ya había cumplido el cupo de ridículo del día. Caminé desorientado hasta llegar al mismo banco donde me había quedado dormido minutos antes. O puede que horas.
El tiempo se había convertido en una especie de centrifugado en mi cabeza. En ese momento oí por ultima vez eso de “lunas, lunas, llévese una”.
Y aún retumba el chillido en mis sueños.
Tengo miedo. Vivo con miedo, desde ese día.
¿Y si lanzo la canica al cielo, y no puedo pellizcar el cielo como hizo ella? Y ¿si no se hacerlo?
Pero por otro lado, tengo ganas de saber cual de las lunas tengo en mi bolsillo. ¿Cuál será? ¿El eclipse?, ¿el cuarto menguante?
Un precio muy alto el que he pagado, por quedarme dormido en un banco. Ya lo dijo ella: “no tiene que pagar con dinero”. Y tenia razón, he pagado con algo más valioso, he pagado con mi vida.
“Lunas, lunas, llévese una”
Buenas noches...
- ¡Lunas, Lunas. Llévese una! - Una y otra vez - “Lunas, Lunas, Llévese una”
No me quedaba otro remedio que acercarme a aquel puesto.
Casi no veía nada, fue más un encontronazo que una búsqueda. La vendedora con ropa oscura y un pañuelo negro en la cabeza, merecía el titulo de una obra de Botero.
- Llévate una. – me dijo.
Una qué. Mire a su alrededor, aún no sabía lo qué estaba vendiendo. A sus pies, doblados en postura yoga una sabana negra también doblada a la mitad. Pero nada sobre ella.
- Una ¿qué?
La anciana me miró y adiviné una sonrisa de dientes amarillentos bajo el enorme garbanzo que tenía por nariz. Sus manos desdoblaron la sábana y bajo la tela negra cuatro filas de diminutas perlas blancas, grises y naranjas. Perfectamente alineadas y separadas unas de otras con exactitud de tiralíneas.
- ¿Perlas? – no tengo dinero.
- Lunas. – rectificó la anciana – y no tienes que pagar con dinero.
- ¿Lunas? ¿Qué es eso?
- ¿No echas de menos nada esta noche? – Miró al infinito cargado de estrellas. No caí en la cuenta en un principio, pero el arrullo de las olas me hizo tropezar en mi propia torpeza.
- No hay luna.
- Qué muchacho tan espabilado. ¿Quieres una?
- ¿Una qué? – pregunté mas desesperado que curioso.
- ¡Una luna muchacho! – al ver que seguía en la inopia, agarró una de aquellas perlas con dos dedos y para mi sorpresa la lanzó al negro vacio con mucha fuerza.
La perla pareció estrellarse contra el mismísimo cielo. En un estallido de luz, el cielo cambió por completo, apareció una luna llena como nunca había visto. Daba luz al mar y a su alrededor una especie de halo, cientos de anillos luminosos.
- ¿Cómo ha hecho eso?
Mi corazón se puso de cero a cien en dos milésimas de segundo.
- Es espectacular ¿verdad? ¡Mira esta!
Cogió otra perla luminosa algo mas pequeña de la segunda fila y la lanzó de la misma manera que antes. Al chocar contra el espacio infinito el cielo cambió de aspecto. Esta vez una media luna apareció en el cielo.
Como si fuese interponiendo capas unas sobre otras, fue lanzando perlas que se convertían en lunas en el cielo. Sus propias estrellas, su propia luz. Cuartos crecientes, cuartos menguantes, lunas llenas de color naranja, o de un blanco luminoso.
- Tengo de todo. Mira esta.Lanzó otra de las canicas “contra el cielo” Una luna de un naranja espectacular, apagada por un eclipse en un 70 por ciento apareció delante de mis ojos. Miré alrededor. No había nadie. Salvo una pareja de policías que se acercaban desde el lado Este de la avenida. Al vernos empezaron a correr hacia nosotros. La mujer pellizcó literalmente el cielo y recogió su luna como un paño que guardó en su puño. Así con todas las lunas que había colgado, una por una.
Eran como telones en un teatro. Pellizcaba el cielo, tiraba de él, y cielo, luna y estrellas se plegaban en su mano convirtiéndose de nuevo en perlas. Miré a los policías que se echaban sobre mí. Yo no había hecho nada. ¿Por qué a mí?.
- ¡No, no! – la mujer había desaparecido. Todos me miraron como al vagabundo por el que, al menos una vez al año, sienten lastima.
Me había quedado dormido en un banco de la Calle Mayor de Triana. Una calle que al ser comercial y peatonal, a esas horas del día estaba a rebosar de transeúntes. Nunca había sentido tanta vergüenza. Pero hice como si el mundo no fuese conmigo. Aprendí a disimular muy bien en el colegio. Era la única forma de mantener el desayuno intacto en el recreo.
- ¡Periódico! , ¡Periódico! Aquella voz quiso sonarme de algo. Me levanté. Y me guié por el agudo y esperpéntico chillido de una vendedora de periódicos.
- Hola – le dije. Me extendió el periódico.
- Dos sesenta.
Saqué mi cartera y le di cinco euros, sin hacer caso del periódico. Mi vista se había centrado en el tremendo garbanzo arrugado que tenia por nariz. Me miró, pero ni una sonrisa ni un gesto amable ni resto de la venta ambulante. Nada.
- Tenga su vuelta y gracias joven.
Metí el suelto en el bolsillo mirándola a los ojos directamente. No quise hacer más el ridículo ese día y me contuve. La intención que nacía en mi interior en ese momento era preguntarle si se había olvidado de mí. No dije nada.
Ciento veinte grados y caí en la pesadez de la calle, de vuelta a casa. Pensaba en todo lo que había pasado durante ese trozo de día, mientras daba vueltas con mis dedos a las monedas delbolsillo.
¿Monedas? Había algo que no era una moneda. Lo saqué del bolsillo. El periódico cayó al suelo a cámara lenta, igual que el caminar de la gente a mi lado, a cámara lenta, viendo como mi mirada se perdían en el infinito de mi palma derecha.
- Señor. Señor Todos me miraban.
- Señor. ¿se encuentra bien? Parpadeaban como en una mala película de terror, donde todo sucede a veinte revoluciones por minuto.
- ¡Está tirando las monedas! – dijo otra voz cercana. Volviendo a insistir en preguntar si estaba bien.
No dejé mirar la esfera que tenia en la mano.
Busqué al garbanzo ambulante por toda la calle. Entre los huecos que dejaban los preocupados paseantes.
- ¿Dónde está?
- ¿Dónde está? ¿quién?. Señor, ¿se encuentra bien? Miré a la joven que me preguntaba con rostro preocupado.
- Si, si. ¿No lo oye?
- Señor. ¿Qué? ¿Qué tenemos que oír?
Antes de contestar volví al mundo. A mí alrededor se había congregado muchísima gente. Y todos con aire preocupado. Un señor me abrió la mano y me devolvió las monedas del suelo.
- A la vendedora de, – No quise terminar la frase. Ya había cumplido el cupo de ridículo del día. Caminé desorientado hasta llegar al mismo banco donde me había quedado dormido minutos antes. O puede que horas.
El tiempo se había convertido en una especie de centrifugado en mi cabeza. En ese momento oí por ultima vez eso de “lunas, lunas, llévese una”.
Y aún retumba el chillido en mis sueños.
Tengo miedo. Vivo con miedo, desde ese día.
¿Y si lanzo la canica al cielo, y no puedo pellizcar el cielo como hizo ella? Y ¿si no se hacerlo?
Pero por otro lado, tengo ganas de saber cual de las lunas tengo en mi bolsillo. ¿Cuál será? ¿El eclipse?, ¿el cuarto menguante?
Un precio muy alto el que he pagado, por quedarme dormido en un banco. Ya lo dijo ella: “no tiene que pagar con dinero”. Y tenia razón, he pagado con algo más valioso, he pagado con mi vida.
“Lunas, lunas, llévese una”
Buenas noches...
Autor: Marcos Machin
Pueden visitar su blog: http://ecosdeunsueno.blogspot.com/
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