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Foto de Svitlana10 |
Tiempo después, una apacible mañana de domingo, apacible precisamente hasta ese momento, a mi mami no se le ocurrió mejor idea que ponerse a hacer limpia en mi habitación. Como le ocurre a todo el que tiene algo que esconder, el nerviosismo empezó a apoderarse de mi persona en el mismo instante en que ella entró con aire diligente. Con tono todavía no demasiado sospechoso, le sugerí ocuparme yo misma de aquella tediosa labor; pero cuando a mi madre se le mete algo entre ceja y ceja, no hay fuerza de la naturaleza que la frene, así que, haciendo caso omiso a mi generosa propuesta, ella continuó zascandileando entre mis enseres. Y yo, cuanto más enredaba, más nerviosa me mostraba. No hizo falta mucho tiempo para que mi ansiedad entrara en la categoría de histeria en estado puro, y ni corta ni perezosa, en pleno arrebato de insensatez, comencé a exigirle a mi madre que saliera de mi habitación. Al principio lo hice con voz disimuladamente suave, pero como no había forma de que se marchara, mi volumen comenzó a elevarse más de la cuenta. Al final, mi inconsciencia llegó a un punto sin retorno: se me ocurrió preguntarle cómo se atrevía a entrar en mi habitación sin mi permiso. ¡Craso error! De todos los argumentos posibles que uno puede utilizar con una madre, fui a elegir, incauta de mí, el único que cualquier madre del mundo rechazaría sin pestañear. Y para colmo de males, le había servido la respuesta en papel de regalo, con lacito y todo. Respuesta que, sin duda, no se haría esperar: "Señorita, para su información, esta habitación forma parte de NUESTRA casa, la de toda la familia, y mientras siga usted viviendo dentro de ella, no tendrá otro remedio que permitirnos la entrada a todos los miembros de la familia, con la misma libertad con la que usted se pasea por las habitaciones ajenas". Incontestable. Una tesis irrefutable, para qué nos íbamos a engañar. Muy diplomáticamente mi mamá me acababa de recordar que vivía en SU casa, con SUS normas, y que si no me gustaba SU plan, ya sabía lo que tenía que hacer. Se mascaba la tragedia. Estaba rozando el cataclismo con la yema de los dedos. Y lo que era peor: ante semejante respuesta, no había más salida que aguantar estoicamente la que iba a caer. Porque mi madre aún no lo sabía, pero la que se estaba cocinando no era chica.



La verdad, tenía su lógica.
(Continuará) Belén Naya
La historia se pone emocionante y hemos dejado en suspense cómo termina la historia del hamster. Gracias a todos por seguir esta historia de Belén Naya, que nos emociona y nos engancha....En algún momento de nuestra vida quisimos una mascota (gato, perro, pájaro, conejo) y esperamos el desenlace de esta historia con muchas ganas. Gracias Belén por compartir con este blog tu arte, tus letras....Hasta la próxima semana, donde descubriremos qué pasa con esta familia y su nuevo invitado.
ResponderEliminarMuchas gracias a vosotras y a los lectores de El Secreter. Gracias por seguir esta historia escrita para todos los niños: para los que son niños ahora, para los niños que todos fuimos, y sobre todo, para el niño que todos conservamos dentro de nosotros. Con todo mi cariño.
EliminarCada vez más suspense y más sorpresas.Hay que ver como en la mente de un niño los adultos pasan de antagonistas a aliados.
ResponderEliminarPaula va de sorpresa en sorpresa ¿en que acabará todo?...