- Sinceramente, ¿crees que estos labios te mienten? . Por supuesto. Es un hecho que cada vez que esperaba una respuesta sincera, a lo que sentía por mi, miraba encandilado esos labios, que nunca supieron decir la verdad. Todas las veces que le pedía esa prueba de amor, ella siempre se mordisqueaba la comisura de la boca. Solo una. La derecha. Al principio , aquello me excitaba, creía que la fuerza irremediable de su deseo por mi persona, hacía que tuviera que reprimirla en espacios abiertos, con mas gente, en el trabajo. Pero un día , en el que había llegado tarde y ella se había olvidado de nuestra primera cita, aquella en la que le adorné de guirnaldas rojas y verdes el jardín trasero de la casa de su abuela. Aquella en la que los versos de Neruda volaban entre el dulzor del champán y la cremosidad de la nata fresca. Aquella en la que con una maroma, le alcancé la luna, no podía creermelo, se había olvidado. La miraba, buscando un ápice de dolor, de arrepentimiento, de ansias por no haber podido acordarse. Solo encontré esos labios que tantas veces besé , mordisqueándose sin pudor, sin dolor, sin mesura. No había piel. No había carne, solo dientes buscando algo que raer para mitigar, la MENTIRA. Pasaron los años y cada vez su boca , aquella nube rosa , que de vez en cuando me decía, te quiero, con desgana, pero TE QUIERO, se desvanecía entre mordeduras por despistes, por olvidos, por mentiras piadosas, por cualquier cosa que fuera no decir la verdad.
Los besos, aquellos que enjuagaban mi corazón, eran secos, áridos, ajados, sin sustancia. La lengua, mentirosa complice de sus desmanes, enjuagaba de manera soez y vulgar cada uno de los sentimientos que por ella salía.
- Te quiero, mi amor. Te esperaré despierta.
MENTIRA! Como una cerda, apoltronada en la cama, que eligió en un momento de debilidad, roncando como si ella sola estuviera en el mundo. MENTIROSA. La miraba, una y otra vez. Cada noche, lo mismo. La boca seguía mordiéndose , arrepintiéndose de las puñaladas que asestaba diariamente.
Una noche, me despertó el rechinar de los dientes. Macabro espectáculo. Le roían los labios a una velocidad y profundidad inhumana. Sospeché que la verdad , esa que no conocía, había abandonado su cuerpo y la mentira, compañera de viaje, finiquitaba con lo poco que quedaba de ella.
Moría , pasadas las horas, presa de su voraz enfermedad, la mentira. A veces, me gusta pensar que me quería, pero que era demasiado cobarde para enfrentarse a ese sentimiento. Otras veces, la mayoria, siento que aquella noche mágica , donde le alcancé la luna, con aromas de champán y nata, fui el mayor gilipollas del mundo.
El amor es ciego, dicen , y sordo, apostillo.
©Lola Tabernas
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