lunes, 14 de octubre de 2013

La pasión de Ángela

Desde pequeña, Ángela supo que su pasión iba a ser el baile.
Apenas cuando levantaba un metro del suelo, desde el alféizar de la ventana de su casa cercana a la costa, en su San Francisco natal, contemplaba las playas del oeste de Estados Unidos. Y ensimismada, descubría un mar embravecido que jugaba con las olas.
La imaginación ponía el resto: retorcerse, contorsionarse, cimbrear tal cual las olas nacían lejos y morían en la orilla.
Olas, delfines, arena: criaturas que el mar hacía danzar.
Y Ángela creció. Y el baile iba brotando de dentro. Danza libre, baile transgresor que rompe moldes y conciencias.
Soñar despierta con teatros llenos de público aplaudiendo aquella creación.
Aplausos y abucheos. Su estilo maravillaba al tiempo que generaba animadversión.
Estilo distinto, grácil, singular, nada clásico, nada de ritmos que encorsetan el cuerpo y aturden el alma. Estilo que ensalza y pone en pie a clases populares e incomoda a los más pudientes.
Porque Ángela bailaba y creaba y así transformaba a la gente.

Rebelándose viajó por medio mundo: Europa, Latinoamérica, Estados Unidos. Y siempre sin miedo, sin importarle el qué dirán.
Madre soltera, defensora del amor sin tapujos y con descaro, con hombres o mujeres, con personas. “El matrimonio encarcela a la mujer y no le permite desarrollarse libremente”, decía
Y más críticas y más ovaciones.
"No te atreves", le espetó aquel estudiante bonaerense cuando en Argentina, en una farra anglo-lunfarda, entre copas y excesos, discutían si el himno nacional argentino se podía bailar. Ángela no dudó en hacer sonar el himno, se desnudó y con una bandera nacional como única prenda, danzó bajo aquellos acordes que nunca antes habían sido danzados. El escándalo llegó al punto de ocasionarle la expulsión del país y la ruptura del contrato que tenía firmado. Ella no entendía nada.
O como aquella otra vez en Cuba, en la última planta del Hotel Plaza de La Habana, famosa por sus veladas cargadas de salsa, merengue y ritmos afro-cubanos, donde maldijo las dictaduras, la de Machado y la de todos esos jefezuelos autoritarios y ególatras que gobernaban los países.
Militares que estaban presentes no dudaron en dictar orden de arresto a aquella extranjera irreverente que se atrevía a opinar sobre lo que no debía.
Éxito, fracaso, pasión, tormento.
Porque Ángela bailaba y creaba y así transformaba al mundo.

Cómo conocí al nieto de Ángela que me contó todo esto no cabe narrar en estas pocas líneas. Él me confió secretos y palabras de su abuela mientras paseábamos por el cementerio Pére-Lachaise de París donde ella está enterrada. Mientras observo su tumba, una mariposa revolotea alrededor y fija mi mirada, y no sé porqué extraña razón veo en su aleteo libre e inquieto el espíritu de Ángela.
Y en la tumba una simple inscripción, austera como su moradora: Ángela Isadora Duncan (1877-1927).
Partes de esta historia son verídicas y otras no tanto. Se deja al buen criterio del lector discernir unas y otras. Lo cierto es que hoy en nombre de Isadora Duncan mujeres de todo el mundo enarbolan banderas de libertad e independencia.
Porque Ángela bailaba y creaba y así transformó el futuro.

                                                                                       CALVERO

*2º Finalista del II Certamen Literario El Secreter 

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