lunes, 19 de septiembre de 2011

Kilometro O....Los lunes son para Benito

Todo pasó muy rápido. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba ejerciendo de guía voluntaria en el Teatro Pérez Galdós.
Dentro de poco, cumpliré un año de visitas en el Coliseo Canario.

Impone, y tanto que impone aquel salón de butacas rojo escarlata, haciendo juego con las lazadas aterciopeladas de las vidrieras del Salón Camilla Saint-Saëns

La primera vez que me lancé a la piscina, a pesar de que mis compañeras, de forma elegante, insistían en que mejor no, que andaba muy verde, impuse mí empeño y aunque insegura, lo hice.
No estuve brillante, lo reconozco. Gracias a que había una soprano ensayando en el escenario, y eso, distrajo a la turista de mis tropiezos, amortiguando mí caída en picado al rincón de los que suspenden el examen.
Que mal lo pasé las primeras semanas. El estigma de poco estudiosa se me quedo clavado durante un tiempo en la frente.
He ido mejorando, ahora sí que es un verdadero placer dedicarle mis lunes a Benito, a mi maestro y su teatro.

Lo primero que hago cuando llego a este edifico, que desprende perfumes de otra época, es empujar las pesadas puertas engalanadas con tachuelas inglesas, y que dan la entrada al patio de butacas, invitándome a pasar.
Saludo a los lienzos de Néstor y a la corte de querubines, que danzan y cantan mientras que Apolo me vigila desde arriba, con dos féminas andrógenas reposando de costado.
Son tan hermosos y tan reales, que se duda si son frescos o lienzos.

Miguel, respetando la obra que nació de los pensamientos de Francisco Jareño de Alarcón, le pidió a su hermano Néstor, que posara sus manos en aquel lugar, y que exaltara los espacios del teatro de la mejor forma que solo él sabía. Regando los techos con las frutas fértiles de la tierra, flores desmaquilladas y pájaros salvajes que se estiran fuera del marco.
Haciendo de lo viejo algo nuevo. Tapizando las paredes con papel, que a la vista parece terciopelo.
Con la restauración terminada, también se reparó el bautizo del teatro, dejando de llamarse Tirso de Molina, para pasar a llamarse Teatro Pérez Galdós, siendo Electra madrina de la ceremonia.
¡¿En qué estaría pensando yo cuando estuve apunto de retirarme en estampida?! 

Me asustaba tanto la idea de ver que me estaba convirtiendo en un altavoz del teatro, que me tentó el abandono.
Empecé a sorprenderme a mi misma. La gente a la que guiaba me decían cosas como…

-Qué bien lo hace y cuantas cosas sabe usted


-Que pena, uno que vive aquí tan cerca y nunca se nos había ocurrido entrar a visitar este lugar tan bonito.


-No es que yo sepa tanto, tengo unos apuntes, además siempre nos queda Internet. Lo que hay que tener son ganas… (Contestaba yo quitándole importancia, porque me sonrojaba)

Con este ánimo, me fui asentando en el vestíbulo que da la bienvenida al forastero.

Lo amo ¡Es así!  ¡Amo a mí teatro! ¿Por qué no debería dedicarle mis lunes a Benito? Mostrarle al turista la espectacularidad de sus salones. La discreción de los proscenios diseñados para recibir a los amantes. Las maderas que Miguel ordeno traer de Cuba y de la Guinea.
Café con leche que le sirvió a Eduardo Gregorio como materia prima para hacer de la caoba, fruteros negros de fruta madura.
Como voy a negarle a nadie, que no pise la escalera que te lleva al siglo XXI. Convidar a la gente a que pasen por la sala del Maestro Valle. Agacharse para ver a Kraus dormitando dentro de una vitrina.
Hacer gestos de dolor, al explicar que aquellas son las tortuosas sillas del viejo gallinero. Dejar que el brillo del mármol pulido ciegue los ojos del que mira, sorprendido por la belleza que no conocía. Llevar a al publico hasta las fotos de antaño. Relatar sin miedo, el misterio de la diosa que no esta. Contar lo ofendida que se quedó la sociedad de entonces, con las viñetas que Galdós dedicó al monumento cercano al mar, sin saber que años más tarde llevaría su nombre.

Y lo bien que le ha sentado al teatro su vestido nuevo.
La chacinería siempre en ebullición, y la sastrería con sus costureras y modistos, que lo mismo te hace una capa del siglo XVII, que un refajo de la época victoriana.
Un nuevo foso para la orquesta, nuevos atriles, nuevos espectáculos, nuevas ideas y nuevos aires en el archipiélago.

Un estímulo recién estrenado en mi agenda. Un teatro viejo que se hace nuevo, cada vez que suena la filarmónica en la curva de la herradura que le da forma, al sueño de los que somos cortejados, por las historias que se cuentan en este espacio sagrado.
Les dejamos el link del teatro, por si quieren saber mas: http://www.teatroperezgaldos.es/

María del Mar Benítez



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