El hombre cansado, cantaba a la niña hasta que esta terminaba arrastrada por el sueño.
Conseguía dinero haciendo dulces de besos de chocolate.Recorría el camino que cuenta una leyenda, fue marcado por dos gigantes que se peleaban dejando un reguero de tierra en forma de bombones.
Mamá dejó en herencia la estable cama asiática.
El opio de Manila la llevó hasta las tropas de Mindanao que llegaron al país con dos intenciones: Eliminar la guerrilla islámica y probar niñas filipinas.Los guetos crecían alrededor del campamento bordeándolo con tatamis.
A mayor demanda peor desgracia. Cientos de bebes nacían en camastros, hijos venidos de la extraña unión de un adulto con un infante.
Tumbada en el burdel aspiraba el humo de su memoria.
El ebanista, buscó material y construyó una base de madera con patas curvas. Por fin, brillaba el vetusto mueble.
De costado sobre su mueble rey Camelia amamantaba al pequeño fruto de su secuestro.
La adolescente morena volvió a casa con un bebe pálido envuelto en un mosquitero, y prendido del diminuto pecho.
No cruzó las fronteras golosas con colinas de chocolate, quedando dentro del espacio, como flor de Camelia sin más cobijo que un mueble de rancio color.
Mar Benítez
No hay comentarios:
Publicar un comentario