Esas fueron las palabras que brotaron de mi boca con tono decidido aquel domingo mañanero. Mi madre, entonces, se giró hacia mí a velocidad de vértigo, y con esa cara típica de mosqueo que sólo las madres dominan, me lanzó una de aquellas penetrantes miradas que no necesitan palabras para que el interlocutor interprete, sin el menor género de duda, su significado. Su gesto dibujaba claro, mejor aún, cristalino, un rotundo "¡ni lo sueñes!".
La respuesta a mi proposición no daba pie a la negociación: ¡¡no!!Sin embargo, como no hay nada que más envalentone a un niño que las prohibiciones de sus progenitores, desde ese mismo momento me empeñé en defender tercamente mi propuesta con todo tipo de argumentos: "es que como no puedo tener un perro…, un hámster es más pequeño y limpio, y a demás ¡lo cuido yo, no vosotros!..."; pero no había manera.
Mi madre era dura de pelar.
Ante su negativa, decidí continuar el ataque asaltando el flanco paterno, habitualmente mucho más sensible a los caprichitos de "su princesa". Pero desgraciadamente corrí la misma suerte: el pater familias hizo piña con la reina de la colmena, y no hubo forma de derribar la fortaleza.
A pesar de todo, yo siempre he sido de las que piensan que la insistencia es una gran virtud, y haciendo honor a mis convicciones, continué repitiendo insistentemente que quería un hámster. La frasecita pasó a ser, de la noche a la mañana, mi discurso más pronunciado. Se convirtió, por así decirlo, en la banda sonora del día a día familiar; y yo la dejaba caer, viniera o no a cuento, con la esperanza de que, aunque sólo fuera por aburrimiento, mis padres terminarían admitiendo al nuevo inquilino en nuestro hogar. Pero iba a ser que no.
Y como nadie prestaba atención a mis súplicas, desmoralizada, decidí pedírselo… a mis adorados (y siempre dispuestos a complacerme) abuelitos, como último recurso. Cogí el teléfono con decisión, y empleando mi tono más zalamero, inicié la envestida.
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A tal punto llegó mi desesperación, que incluso llegué a plantearles la genial idea de que fueran ellos quienes compraran el animalito y lo tuvieran en su casa, en depósito, por así decirlo, aunque a título legal yo fuera la propietaria y quien se ocupara personalmente de su cuidado.
Evidentemente, se habría tratado de un plan perfecto… de no haber sido por un pequeño, nimio e insignificante detalle sin importancia con el que, en principio, no había contado: ¿cómo iba a cuidar yo al hámster, si mis abuelos viven a cuatrocientos kilómetros de mi casa? Irremediablemente, el plan fue de nuevo un absoluto fracaso.
Pero como ya he dicho, yo no me doy por vencida con facilidad, ¡¡nooo!! Soy un ser incansable, infatigable, e inmune al desaliento. Así que, comencé a urdir mi tercer plan: Mi vecina de enfrente tenía un hámster: Copito. Como era tan mono y dócil, decidí presentárselo a mis papás, como si se tratara de un novio. Cuando lo conocieran, tan rico él, cambiarían de opinión, fijo.
"¡Mirad qué cosita! Es tan tranquilo…" Su mirada era irresistible. Seguro, seguro que no podrían oponerse. ¡Pero ni con esas conseguí convencerles!
Los días transcurrían, y yo seguía sin mi hámster. Me estaba quedando casi casi sin ideas, se me agotaban los recursos.
Por primera vez en mi vida conocía la sensación de la derrota.
Evidentemente, se habría tratado de un plan perfecto… de no haber sido por un pequeño, nimio e insignificante detalle sin importancia con el que, en principio, no había contado: ¿cómo iba a cuidar yo al hámster, si mis abuelos viven a cuatrocientos kilómetros de mi casa? Irremediablemente, el plan fue de nuevo un absoluto fracaso.
Pero como ya he dicho, yo no me doy por vencida con facilidad, ¡¡nooo!! Soy un ser incansable, infatigable, e inmune al desaliento. Así que, comencé a urdir mi tercer plan: Mi vecina de enfrente tenía un hámster: Copito. Como era tan mono y dócil, decidí presentárselo a mis papás, como si se tratara de un novio. Cuando lo conocieran, tan rico él, cambiarían de opinión, fijo.
"¡Mirad qué cosita! Es tan tranquilo…" Su mirada era irresistible. Seguro, seguro que no podrían oponerse. ¡Pero ni con esas conseguí convencerles!
Los días transcurrían, y yo seguía sin mi hámster. Me estaba quedando casi casi sin ideas, se me agotaban los recursos.
Por primera vez en mi vida conocía la sensación de la derrota.
Belén Naya
estoy deseando saber cómo sigue la historia!!!
ResponderEliminarBueno Belén. Leyendo la trayectoria de tu hamster, estoy convencido que veinte años despues, en tu casa, en propiedad a medias con el banco, el hamster recorre hacia ninguna parte su rueda giratoria sobre la mesa del salón. Y si no es así dímelo "yo te lo compro mi niña".
ResponderEliminarMuuuuuy buena historia.
saludos
Habrá que esperar la continuación para descubrilo... Gracias por tu comentario, un cordial saludo
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