
Anchor Bay, sus casas, sus calles, me olían a moho, a cosas guardadas, a recuerdos enmohecidos, casi olvidados. Me alegraba saber que nadie había limpiado el pueblo y olía igual. Contemplaba desde mi habitación, convertida en mi refugio pueblerino vacacional, a las gentes que paseaban y miraban distraidamente la casa de mis padres. Lo sabían, sabían que había regresado. Esperaban el momento idóneo , no sé, un baile hortera, un vecino pedilón de azúcar o sal, el domingo en misa, en el que pudieran mirarme de arriba abajo para recordarme que no fui cantante y ahora menos inocente y usada volvía a mi casa con el rabo entre las piernas.
Bajé las escaleras sonoras y encaré la cocina con un cigarro entre mis dedos, provocación en estado puro. Mi madre me miró y bajando la cabeza me preguntó si quería desayunar. Ni le contesté, apagué el cigarro en el suelo, aplastándolo con mis botas de charol blanco que compré con mi primer sueldo, cogí mi mini bolso, me ajusté los shorts, y salí a recorrer Anchor Bay, para aclarar dudas, plantar envidias y crear deseos.

Parada en el centro de la calle, y sabiendo que no debía avergonzarme de nada, anudé mi camiseta por encima del ombligo, me atusé mi larga melena , saqué un cigarro y caminé, caminé , hasta donde me dío las fuerzas y hasta donde sabía que podía dar que hablar.
La pena de todo esto es que el Anchor Bay es un pueblo pequeño. Mi historia solo tiene sentido aqui , pero siempre habra un pueblo y una chica, un cigarro y cuatro calles. La historia no solo la escriben los gandores, si no los que ven regresar a los perdedores, y en ese grupo , Sue Ellen , es la vencida de Anchor Bay.©Lola Tabernas
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